En un día primaveral de 1974, en su habitación repleta de un amasijo de papeles y cordeles, Erno Rubik tuvo la idea de unir pequeños cubos de madera. Poco se imaginaba que ese invento iba a conquistar el mundo.
Es una trayectoria “increíble”, se sorprende todavía este húngaro de 79 años en una entrevista a la AFP en el Instituto de Tecnología Aquincum de Budapest, donde a veces da conferencias.
Medio siglo después, el cubo de Rubik es como su “hijo prodigio”: es “agotador” seguirlo a todas partes y su “gloria” eclipsa a su progenitor, cuenta el discreto inventor en pantalones vaqueros y sandalias, que no acostumbra a dar entrevistas.
Rubik era entonces un simple profesor de arquitectura y diseño, sin ambición de “dejar una marca en el mundo”, explicaba en un libro publicado en 2020.
Pero su curiosidad y su interés por los rompecabezas y los desafíos geométricos lo llevaron involuntariamente a otra dimensión.
Después de elaborar numerosos prototipos para encontrar el mecanismo idóneo y días enteros rompiéndose la cabeza para resolver el juego, Erno Rubik registró la patente en 1975.
Dos años después, el “Cubo Mágico” de 3x3x3, que después tomaría el nombre de su creador, desembarcó en las jugueterías de la Hungría comunista antes de conquistar Estados Unidos.
Su inventor recuerda como “un cuento de hadas” su “primer viaje a Occidente”, al otro lado del Telón de Acero, con un pasaporte azul normalmente reservado a diplomáticos.
43 quintillones de soluciones
Desde su creación, se han vendido más de 500 millones de ejemplares del cubo, sin contar los millones de falsificaciones, desmintiendo a quienes preveían su declive en la época de las pantallas.
“Las nuevas generaciones han forjado un fuerte vínculo” con el cubo, celebra Erno Rubik manipulando su objeto de culto.
En el mundo digital “olvidamos cómo usar nuestras manos”, “nuestras primeras herramientas”, afirma el diseñador. El cubo nos devuelve “a las maravillas del mundo real”, añade.
“No solo reflexionamos, hacemos algo concreto”.
El cubo de Rubik fascina por el número de caminos posibles para encontrar el orden a partir del caos: 43 quintillones (43 y treinta ceros detrás).
Harían falta “cientos, miles de años para agotarlas”, dice entusiasmado su creador, que evoca también el “aspecto emocional” de resolver esta “obra de arte que se ama o se detesta”.
A lo largo de las décadas, Erno Rubik ha confeccionado una colección de “fotos de familia” con, por ejemplo, unas 1.500 portadas de revistas con su invención, convertida en “símbolo de complejidad” para ilustrar problemas geopolíticos o enredos electorales.
“Paga la jubilación”
El cubo también ha sido protagonista de numerosas competiciones, algunas basadas simplemente en la rapidez y otras más insólitas como resolverlo en un salto de paracaídas, con los pies, parado de cabeza o a ciegas, afirma el inventor.
Expuesto en el MoMa de Nueva York, el popular juguete ha inspirado también a numerosos artistas como Invader, una estrella mundial del arte callejero.
Es una herramienta educativa desde las guarderías hasta la universidad y se utiliza incluso en residencias para ancianos o para ayudar a autistas como Max Park, que ostenta el récord del mundo de rapidez para resolver el cubo.
Su marca es de 3,13 segundos, lejos del minuto que necesitaba Erno Rubik para solucionarlo en 1980.
En su medio siglo de vida, el cubo ha permitido al profesor húngaro “vivir de forma independiente toda su vida”, sin problemas financieros, y ahora le “paga la jubilación” que vive entre su país natal y España.
Cuando ve los rostros de las personas concentradas frente al cubo de Rubik y su alegría una vez consiguen resolverlo, le invade un “sentimiento muy agradable por haber conseguido algo bueno para la gente”, explica.
“He recibido tantos agradecimientos. El cubo ha creado matrimonios y muchas otras cosas”, asegura.